Eran 34 los pliegues de esa cortina, cada uno dispuesto de forma equidistante del otro y con una geometría precisa e impensada, debía ser diseñado por alguien. Entre ellos se podían ver sombras que jugaban unas con otras, ellas formaban figuras y, dependiendo del día, caras. 

Algunos días era fácil entenderlas, otros no. Sin embargo, ellas estaban ahí y si no las mirabas desaparecían. Siempre se preguntó, ¿puedo conversar con ellas y saber como son sus vidas? Nunca importó, porque ellas sabían bien de él y querían ayudarlo a llegar.